CÓMO TERMINAMOS CON UN CUADRO DE 2x2 EN CASA 🙃

O de cómo un cuadro de mi infancia nos llevó a una obra que cuenta nuestra historia...

Y es que, hay imágenes que te acompañan toda la vida. En mi caso, una de ellas es un cuadro de May Claerhout, una artista belga reconocida. Colgaba en el salón de mi tía cuando yo era pequeña y me quedaba embobada mirándolo. Me atraía su colorido, pero también el mensaje: una crítica a la sociedad que se vuelve cada vez más uniforme, gris, hecha de hormigón. Y, en medio de todo eso, un hombre con casi nada —solo un trozo de césped, unas flores, un té y tiempo para sí mismo—, pero que es feliz. Mientras tanto, los hombrecitos de la ciudad lo observan con envidia. Una auténtica oda a la sencillez, a la naturaleza y a los pequeños placeres.

Cuando mi tía se mudó, mis padres compraron el cuadro y lo colgaron en la entrada de nuestro piso. Allí estuvo durante años, saludándonos a diario. Tras el fallecimiento de mi padre, la obra pasó a mi hermana (aunque a mí me hubiera encantado quedármela, Toni siempre decía que esos ojos inquietaban demasiado). Y, sin embargo, yo seguía pensando en aquel cuadro y en lo bien que quedaría en nuestra casa, en la pared de la escalera, arriba del todo.

Entonces se me ocurrió: ¿y si pedía a mi amiga Karlijn, que es pintora y sabe imitar estilos como nadie, que hiciera una versión? No una copia exacta, sino un cuadro inspirado en aquel, pero que contara nuestra propia historia. Al fin y al cabo, simbolizaba perfectamente nuestro cambio de vida: dejar la ciudad para instalarnos en la naturaleza; pasar del mundo de la empresa al de las terapias y la introspección; y, sobre todo, el paso de vivir cada uno en su piso a compartir

hogar, proyecto e ilusiones.

Karlijn aceptó, pero puso una condición: un lienzo de dos por dos metros no cabía en su casa, así que tendría que venir a pintarlo aquí. ¡Y qué suerte la nuestra! Porque además de ser una gran artista, Karlijn es una persona encantadora. El primer día trajo el bastidor y montó el lienzo en un plisplás (es muy manitas ella!). Antes de empezar a pintar, nos sentamos l@s tres a hablar. No era tarea fácil: nuestros gustos son distintos y muchas veces contradictorios. Pero Karlijn supo escuchar, mediar y transformar nuestras ideas en una visión común.

El reto estaba claro: respetar el espíritu del cuadro original y, al mismo tiempo, darle su sello personal. Durante tres días y medio fuimos testigos del proceso creativo, viviendo cada trazo y cada color como si fueran parte de nuestra propia historia. Fue divertido, emotivo, inspirador. Una experiencia que no olvidaremos.

Y así nació este cuadro: una obra que no solo decora nuestra casa, sino que refleja quiénes somos y el camino que hemos recorrido.

Más que una pintura, es un recordatorio diario de lo que realmente importa.